"A imaxe é o vehículo da emoción, é a súa enerxía, e con ela facilítase o acceso á consciencia, é dicir, que toda emoción é factible de transformarse nunha imaxe. Toda imaxe conforma un acto creativo e é por iso que o inconsciente fundamenta a creatividade"
C.G.Jung

“Desde el punto de vista espiritual, el viaje no es nunca la mera traslación en el espacio, sino la tensión de búsqueda y de cambio que determina el movimiento y la experiencia que se deriva del mismo”.
“En consecuencia
estudiar, investigar, buscar, vivir intensamente lo nuevo y profundo, son modalidades de viajar o, si se quiere, equivalentes espirituales y simbólicos del viaje”.
J.E. Cirlot

jueves, 7 de noviembre de 2013

ENIGMÁTICO CIRLOT II

El retorno de Ofelia

-J.E.CIRLOT-

LAS TRES OBRAS literarias que elijo entre todas las del mundo como si hubieran de ser, mejor que mi particular patrimonio, la expresión de los problemas esenciales (renuncia, amor, muerte) que me afectan desde antes de tener uso de razón son: Hamlet, Aurelia(Nerval), Ulalume(Poe). En Hamlet me asombran dos cosas: que el príncipe hable siempre de "su alma" y de los "ángeles" -que se mueva en un cielo gris con resplandores de plata- y su rechazo de Ofelia. Pudiéramos decir que, al arquetipo Tristán que ve su destino en la unión con la amada, y al arquetipo Parsifal, que pone al Creador por encima de la criatura y salva a Kundry porque elige el Graal y a Dios, se contrapone el arquetipo Hamlet, como expresión de una "virilidad angélica", que, rechazando el amor y no buscando ni siquiera la salvación del alma (¿creyendo en ella?), se entrega a una pasión activa de desrucción. Acaso cree ciegamente en que los ángeles, sus "compañeros de armas", ya en la vida terrena le acogerán en cuanto muera, cumplida su venganza, "su arcaica sed de sangre", como diría Erich Fromm.
El rechazo de Ofelia es uno de los actos más extraordinarios realizados por un ser humano en la historia literaria. Rechazo que a ella le obliga a enloquecer, a coronarse de flores (entre ellas algunas dotadas de simbolismo sexual) y a ahogarse en un río, cuyas aguas -las aguas primordiales- la llevan blandamente o la retienen a medio fondo (como en el Hamlet ruso que hemos podido ver recientemente, y en el que cuanto bueno hace el protagonista lo hace en seguimiento de sir Lawrence Olivier, el Hamlet absoluto, definitivo). "¡Véte a un convento! ¿Para qué habrías de ser madre de pecadores?", le dice el príncipe a Ofelia. Y el convento que elige Ofelia es un convento de aguas claras y turbias, de plantas acuáticas y de ribera. Cuando en El señor de la guerra la protagonista - la blanco y oro Bronwyn-"con una corona de flores" sale del agua turbia del pantano y, desnuda, se enfrenta con el señor (reviviscencia del príncipe) sentí que se desdoblaba algo en el argumento, que la acción tenía un contrapunto invertido que iba hacia atrás hacia el siglo V, (época de Hamlet), un Hamlet cuyo verdadero cráneo estaría como el del pobre Yorick, y hacia adelante -desde el siglo XI en que acontece la historia de Bronwyn- hasta la forntera entre el siglo XVI y el XVII en que Shakespeare (poco más tarde de la muerte de su padre, como subraya Freud) escribió Hamlet. Al ver a Ofelia entre dos aguas, muerta, en el film ruso recordé de pronto el resurgir de Bronwyn de "esas mismas aguas y con las mismas flores". Bronwyn sale del agua para que el señor se enamore de ella, pierda su feudo, su vida misma, es decir, para hacer con "él" lo que Hamlet hizo con Ofelia.
¿Correspondencias? El arte de los monjes irlandeses, en la época anterior al periodo carolingio y durante éste, arte basado en intrincadas lacerías, en entrelazamientos que constituyen laberintos indefinidos, absolutos, es la mejor prueba de que "en este mundo" -y acaso sea esta su definitiva justificación- todo se corresponde, enlaza y comunica. El "todo se paga" de la "ley de libra" esotérica no es más que el aspecto, pudiéramos decir legal, del "sistema". Recuerdo que, en otra película cinematográfica medieval, vista hace tantos años que no recuerda mi memoria realmente viva casi nada de ella, por no decir nada, se pronunciaba una frase relativa a dos enamorados que quedó grabada en mi pensamiento: "Estos son dos que se reconocen sin haberse visto nunca". ¿Qué es nunca y qué siempre? ¿Qué haberse visto y no haberse visto? La fantasmagoría agitada, doble, triple, múltiple, infinita de nuestras vidas (realidad presente, pasada, presentida, ensueño, sueños, locura, realidad, cultura, vivencias indirectas aprehendidas), forma tal tejido que es imposible salir del laberinto.
Bronwyn-Ofelia sale de las aguas primordiales, éste sí que es un hecho real y arquetípico. Si aceptáramos la técnica surreal de ligar lo no coordinado originario programáticamente, diríamos que Ulalume sale de su tumba para responder a Poe y evitar su "delirium tremens". Y que Aurelia (síntesis de Adrienne, Jenny Colon) se acerca durante la noche de enero de 1855 al hombre de 48 años llamado, según el registro civil, Gérard de Labrunie, y según el registro eterno, Gérard de Nerval, se acerca a él e impide que se ahorque en una verja de una casa de París, noche de 18 grados bajo cero en la temperatura física y de 273 grados bajo cero en el alma de Nerval, el que en su primera crisis de locura se creyó descendiente de los césares y por el nombre de un dominio familiar tomó ese nombre derivado de Nerva, de breve reinado (96-98 d.J.). Así se ligan los argumentos análogos en el tiempo y en el espacio, porque corresponden a la trama de vivas pulsiones fraternas que implican actos y sentimientos hasta el límite.
Pero nos hemos alejado mucho del tema. Ofelia retorna. No sabe (siendo Bronwyn) que va a causar ella ahora la pérdida de Hamlet. Ni la animan anhelos de venganza. Sólo quiere darse. Pero, como dijo Pascal en su lecho de muerte, el ser humano, "que no se pertenece a sí mismo, engaña si se da" (cito de memoria) y así puede causar tanto mal dándose como rechazando. El Hamlet rescatado de la sombra que se enfrenta con la doncella desnuda coronada de flores moriría inútilmente; no sucederán las cosas como en la otra ocasión cuando el verdadero, el primer Hamlet, mandó a un convento a la primera Ofelia (la que flota aún entre las aguas blancas del río, y a cuyo encuentro fue no hace muchos años Virginia Woolf), y consiguió gracias a ese sacrificio sangriento poder realizar su venganza, su talión, deber sagrado en su mudno, en su raza, en su tiempo, en su civilización tan ajenas ya a nuestro ocaso (salvo si la regresión, al final, es factible a través de la política que fuere), que parece como si se tratara de historias de dos, no diré planetas distintos, sino de dos galaxias diferentes.
Probablemente, al escribir este texto, sólo hemos jugado al contrapunto, a la fantasía, a la combinación cabalísitica de tramas literarias cinematográficas. Pero, en verdad, es cierto que cuando Bronwyn emergió de las aguas pantanosas "sentí" que era Ofelia que volvía, y hubiera querido ser Hamlet para pedirle perdón por la escena del rechazo, explicarle al menos la causa, antes de que ella enloqueciera y enloqueciera yo y dejar que la muerte -la de Hamlet o la del "Señor de la guerra"-, es lo mismo, me cerrara estos ojos sólo humanos, que no saben ver ángeles.

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