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CIRLOT
CUÁNTICO
Gregorio Morales
A estas alturas, ya no cabe la más mínima duda
de que Juan Eduardo Cirlot se adelantó a su tiempo; o bien permaneció
tan absolutamente fiel a su evolución, que forzosamente tuvo que
ser malinterpretado o incomprendido de sus coetáneos, para quienes
ni revolución científica ni psicológica habían tenido lugar. Es
sólo ahora, desde la perspectiva de la estética cuántica,
que asume lo más nuevo y fecundo de esas revoluciones aún en curso,
cuando sabemos hasta qué punto estaba al tanto Cirlot de cuanto
ocurría más allá de nuestras fronteras, conociendo no sólo la
más subversiva literatura europea (así, el Surrealismo), sino
también la psicología y la ciencia pioneras, de donde derivó enormes
consecuencias para su obra. Por ello, todo cuanto salía de su
pluma resultaba ajeno, extraño, misterioso o indiferente para
los cultos de su tiempo. No podemos olvidar que fue el mismo Cirlot
quien, con el dinero de su bolsillo, se tuvo que pagar la primera
edición de casi todas sus obras poéticas. Si a esto le añadimos
que no tuvo seguidores, su soledad y aislamiento (en un sentido
espiritual) resultan notorios. Sólo ahora comienza a ser apreciado,
lo que implica que era uno de esos raros hombres que tienen la
gloria, junto a la desgracia personal, de escribir para el futuro.
Su manera de enfrentarse a la literatura, a sus formas y contenidos,
es vista en estos momentos como una solución originalísima a los
retos que plantea un nuevo paradigma.
Cirlot supo aunar de una manera
inédita la tradición intemporal de la literatura y lo más renovador
del siglo XX. Por ello, no es extraño que la estética cuántica
lo declare como uno de sus precedentes. La mayor parte de cuanto
preconiza esta estética, ha sido utilizado por él y, además, deliberadamente.
No estamos, pues, ante un mero inspirado o insuflado por el más
fiel espíritu de su tiempo, sino, además, ante un conocedor, un
teorizador, es decir, un sujeto a la par vividor e ilustrado,
sanguíneo y reflexivo. Primero, Cirlot vivía sus experiencias;
luego, las plasmaba en poemas o las glosaba en escritos.
El
adelantado.No es éste el lugar para enumerar todos y cada uno de los postulados que vindica la estética cuántica [1] , aunque sí nos referiremos a los que confluyen en la obra de Cirlot. El hecho de que aún hoy, tanto por su complejidad como por su desconocimiento, resulte dificultoso explicar algunos de ellos, nos habla del largo trecho que Cirlot recorrió a contracorriente.
Que Cirlot conocía la física de
su tiempo resulta evidente. Si no, no se habría atrevido a afirmar,
hablando del realismo pacato que primaba en su tiempo y en la
amenaza que el Surrealismo representaba para él, que “es
a los físicos a quienes habrá que temer con mucho más motivo que
a los surrealistas”
[2]
. Es decir, Cirlot se había percatado
de las cataclismales consecuencias que la nueva física traía,
llevándose en un tempentuoso vendaval “la débil llama del
arte al uso de los venerables burgueses”
[3]
. Entre esas consecuencias debemos citar:
a) El observador interviene siempre
en el acto de medición, por lo que condiciona la realidad. De
este modo, los físicos han comprobado cómo las teorías más abstractas
se parecen sospechosamente a nuestra psique y han elaborado el
término principio antrópico. Dicho en pocas palabras: El hombre
se refleja en todo cuanto observa. Cirlot ya sabía esto al considerar
que la realidad podía ser contemplada como espejo, aunque él,
desde luego, prefería verla como una ventana abierta a lo ignoto.
Probablemente, ambas cosas estén unidas y sean a la par espejo
y ventana. De lo que Cirlot rehuía absolutamente era de la realidad
vista como muro, es decir, como barrera donde se estrella toda
indagación. Más adelante volveremos a referirnos a ello.
b) Pero el hombre no sólo se refleja
en sus observaciones, sino que es él quien crea la realidad que
ve. Así, según Schroëdinger, existen numerosos mundos paralelos,
todos potencialmente posibles, siendo el espectador el que, con
su observación, filtra o convierte en acto uno de ellos.
Pues bien, la mirada de Cirlot es lo suficientemente aguda para
penetrar en esos mundos que no son pero que han podido ser:
La dispersión
de un campo que no fue
me indica sus caminos de extravío,
sus horizontes otros en los que. [4]
me indica sus caminos de extravío,
sus horizontes otros en los que. [4]
Tanto el hecho de que el hombre
convierta en acto uno de los potencialmente infinitos mundos,
como el que condicione cualquier observación, nos llevan a la
conclusión de que no puede evitar ser el centro del universo,
no sólo porque se refleja en él, sino porque, en realidad, está
construyéndolo. Retorna, pues, también por el camino de
la ciencia, al puesto que comenzó a perder desde Galileo. Por
otra parte, la realidad objetiva newtoniana deja de existir: El mundo
es el psiquismo del hombre.
c) A y no A pueden existir al mismo
tiempo, como nos muestran los principios de complementariedad
e incertidumbre, así como el denominado pensamiento
borroso, lo cual echa por tierra cualquier estereotipo esquemático
para ir a la complejidad profunda de cuanto nos rodea. Así Cirlot,
frente a la tradicional disyunción de Shakespeare to be or
not to be, proclama:
Y más adelante:
Estoy cansado de estar muerto y ser.
[6]
No se podían seguir más fielmente los preceptos
del pensamiento borroso: Somos y no somos a la vez.
Probablemente, Cirlot debió de intuir la importancia que iba cobrando
el pensamiento binario, hasta llegar a esta época en que lo domina
todo, y tomó este camino rebelde en conjunción con la física,
para la cual un corpúsculo puede comportarse a la par como onda
y como partícula, o estar en dos partes simultáneamente.
d) El experimento de Aspect realizado
en 1982 (volveremos a referirnos a él más adelante) puede llevar
a la conclusión de que existen velocidades superiores a las de
la luz, de modo que haya una comunicación instantánea entre las
partes más alejadas del universo. Esto conecta con la teoría
de la inseparabilidad: Desde un punto de vista cuántico, el
universo es un fluido en el que todo, desde lo más lejano a lo
más cercano, se halla interconectado. Hasta tal punto sabía esto
Cirlot que se permitía permutar unos elementos por otros, con
la certeza de su profunda relación.
e) Las formas de este mundo, tanto
las materiales como las psíquicas, están informadas por los denominados
campos morfogenéticos, donde se acumula la memoria bien
del objeto bien de la especie. Desde un punto de vista junguiano,
esto sería similar a la teoría de los Arquetipos.
Asumir todas estas consecuencias, produce una
auténtica revolución en el arte y en la literatura. No es de extrañar,
por tanto, que la ciencia adquiera actualmente, en una suerte
de venganza pendular, un papel amplificador, contrario al reductor
que tuvo desde los tiempos de Galileo. Es comprensible, pues,
que la ciencia desempeñara para Cirlot un papel fundamental y
que este papel lo refleje en su poesía:
...No busques mi cabeza en la maleza,
busca mis verdes ojos en los rojos
confines del cristal y del metal.
[7]
¡En los confines del cristal y del metal!
Es decir, más allá de la materia visible, en sus fronteras, en
el mundo borroso cuántico.
Que Cirlot busca antes lo físico
que lo metafísico, nos lo manifiestan estas palabras suyas en
su artículo “La mirada humana”
[8]
:
Edgar Poe, en su “Eureka”,
explica lo físico por lo metafísico, la gravitación por el sentimiento
y la oscura voluntad de retorno a lo Uno.
Dicho en otras palabras: Lo físico puede dar
cuenta de lo místico; la ley de la gravitación, del sentimiento
o del amor.
Por eso, aunque tal y como hemos
señalado anteriormente, hay quienes ven las cosas que nos rodean
como muro o espejo, para Cirlot, como para el científico, constituyen
una ventana abierta hacia otras dimensiones
[9]
. Pues bien, si hay una caracteristica
sobresaliente en la estética cuántica, es ésta: Las cosas permanecen
abiertas a su interpretación más honda, más oculta. Justo al contrario
del realismo plano decimonónico (hoy llamado realismo a
secas) que, viendo las cosas como muro, se estrella continuamente
contra ellas.
Para Cirlot, pues, las cosas son
una ventana. Y la forma de viajar a través de ella es mediante
la fantasía. En realidad, la ciencia se nutre de la fantasía.
Sin ella, no existirían las teorías científicas y mucho menos
las subatómicas. Por eso, nuestro autor piensa que “la fantasía
es la facultad más científica”
[10]
. Y lo piensa hasta tal punto, que llega
a identificar imaginación y realidad. Es más, en su opinión, a
veces la primera puede ser más real que la segunda. Así lo manifiesta
respecto del arte y de la literatura, cuya realidad ensalza por
encima de la de las cosas:
Los “sentimientos imaginarios”
resultan (...) no en un nivel inferior de los sentimientos normales,
sino superior.
[11]
Desde luego, Cirlot llega lo más lejos que puede
llegarse, coincidiendo tanto con Giordano Bruno como con Nerval
en que todo lo mental es real, es decir, que todo cuanto puede ser pensado
existe, aunque, por desconocimiento, nos cueste trabajo concebir
determinados aspectos. Resumiento con la cita que él mismo recoge
de Nerval: “La imaginación humana no ha inventado nada que
no sea real, en este mundo o en los otros.”
[12]
Es decir, Cirlot realiza una inversión
absoluta, entronizando la imaginación en el papel que sus contemporáneos
asignaban a la realidad. Por ello es un declarado enemigo de las
palabras de Mallarmé que afirman que “la poesía no se hace
con ideas, se hace con palabras”. Cirlot piensa lo contrario:
La poesía se hace con ideas, es decir, con la imaginación, con
la fantasía.
En opinión de Cirlot, hay ideas
de pensamiento e ideas técnicas (también llamadas
“figuras literarias”), entre las que incluye el ritmo,
la medida, la rima, el paralelismo, la estrofa, la aliteración,
la homofonía, así como la poesía combinatoria y permutatoria.
De este modo, actúa científicamente: Primero, una gran teoría;
después, la práctica o experimentación.
Por tanto, primero ‑y siempre‑
la idea: “Sólo es gran arte el que sabe inventar procedimientos
que expresen inéditamente las nuevas situaciones espirituales
que ‘encuentra’ el hombre en su evolución, las cuales
pueden cristalizar en ‘ideas temáticas’, sin que éstas
deban imponerse, sino inversamente, a la belleza dimanada de
los procedimientos.”
[13]
La frase subrayada es importante
no sólo porque nos indica que Cirlot buscaba la belleza en su
obra, sino porque relaciona la belleza con los procedimientos.
Dicho de otra manera: Si los procedimientos son adecuados a la
idea, entonces surgirá la belleza. La belleza es, por tanto, la
prueba de la perfecta conjunción entre idea y forma. Pues bien,
lo anterior no puede estar más cerca de la física subatómica,
para la cual la belleza es una prueba evidente del acierto de
sus teorías. Así, el físico Stevens Weinberg afirma que "cuando
estudiamos problemas verdaderamente fundamentales es cuando esperamos
encontrar respuestas bellas. Creemos que si preguntamos por qué
el mundo es como es, y luego preguntamos por qué la respuesta
es la que es, al final de esta cadena de explicaciones encontraremos
algunos principios simples de belleza irresistible. Pensamos que
esto se debe en parte a que nuestra experiencia histórica nos
enseña que cuando buscamos bajo la superficie de las cosas, encontramos
cada vez más belleza. Platón y los neoplatónicos enseñaban que
la belleza que vemos en la naturaleza es un reflejo de la belleza
de lo último, el nous. Para nosotros, también la belleza
de las teorías actuales es una anticipación, una premonición de
la belleza de la teoría final. Y en cualquier caso, no aceptaríamos
una teoría como final a menos que no fuese bella."
[14]
De la misma forma, para Cirlot
la belleza es la prueba de encontrarse en el centro, en el magma
del que surge todo:
Empezar otra vida con las bellas
ondas en que se esparce la belleza
del centro de tu ser eternamente.
[15]
Claro que Cirlot no concibe la belleza al viejo
estilo pompier, de una forma aislada y pura. La belleza
sólo mana para él en presencia de su contrario, la fealdad o el
sufrimiento, de los cuales se nutre, al igual que todo principio
de su opuesto. “Sabemos ya ‑afirma‑ con Baudelaire
y Rilke que la belleza es lo terrible que no se puede soportar...”
[16]
Una
psicología cuántica.
Ahora bien, la ciencia no fue la única puerta por la que Cirlot penetró en los grandes descubrimientos subatómicos de su tiempo. Éstos le llegaron también por Carl G. Jung. Mientras la mayor parte de los filósofos, novelistas, poetas y demás intelectuales andaban prendidos en Freud como si se tratara de lo más novedoso, hacía tiempo que Cirlot había vuelto los ojos a aquel que no sólo contribuyó a fijar las teorías freudianas, sino que las superó en todos los sentidos, trazando una psicología que se corresponde punto por punto con los descubrimiento subatómicos contemporáneos [17] .
Ahora bien, la ciencia no fue la única puerta por la que Cirlot penetró en los grandes descubrimientos subatómicos de su tiempo. Éstos le llegaron también por Carl G. Jung. Mientras la mayor parte de los filósofos, novelistas, poetas y demás intelectuales andaban prendidos en Freud como si se tratara de lo más novedoso, hacía tiempo que Cirlot había vuelto los ojos a aquel que no sólo contribuyó a fijar las teorías freudianas, sino que las superó en todos los sentidos, trazando una psicología que se corresponde punto por punto con los descubrimiento subatómicos contemporáneos [17] .
Cirlot fue consciente de esta identidad
entre psicología junguiana y física subatómica, penetrando los
aspectos más desconocidos de esta última (muchos de ellos de futura
elaboración) a través de Jung
[18]
. Es decir, actuó de la misma forma que
hace la estética cuántica, pues, en ella, Jung es el camino por
medio del cual las teorías matemáticas se transvasan al campo
del arte y de la literatura. A Cirlot, que tenía una intuición,
capacidad perceptiva y poder de deducción sorprendentes, le bastó
con abarcar las teorías junguianas para extraer, por sí mismo,
tanto explicaciones de la nueva realidad como los incalculables
efectos que se derivan de ellas.
Así, en vida de Cirlot todavía
no se habían elaborado las teorías hologramáticas de David Bohm
(“el todo está en la parte”) ni el experimento de Aspect
(1982) había demostrado la inseparabilidad del universo
(los átomos más distantes se influyen recíprocamente, de modo que el cambio del uno modifica al otro
instantáneamente), pero nuestro autor había asumido ya dentro
de su estética que, en lo más ínfimo, podía concentrarse el universo
entero, o que el objeto más cercano o anodino, puede conducirnos
al más lejano e ignoto. En Los restos negros (1970), por
ejemplo, muestra cómo el pasado, el presente o el futuro habitan
simultáneamente en cada uno de nosotros:
Un pedazo de bronce me miró
con sus pupilas negras de otro
siglo.
Cantaban coros ciegos por los cielos.
Yo era la Gran Esfinge para siempre.
Por ello clama “¿Qué conserva de Hallstatt
mi corazón...?”
Todo el Ciclo de Bronwyn,
por otra parte, participa de estos postulados. Bronwyn es el arquetipo
que hace de la mujer ancestral un eterno presente:
Me acaban de matar,
miro hacia donde vi tu aparición
hace mil años ya; pero la sangre
aún sale de mi boca.
No hay separación entre Bronwyn y el mundo.
Todo remite a ella. En realidad, todo está en todo, como se ve
en las siguientes permutaciones, que no son sino un modo de mostrar
plásticamente las teorías de la inseparabilidad:
Deshecho por las hierbas de los
cielos,
de los cielos deshechos de las
hierbas
por los deshechos mares en la luz;
Por las inmensas hierbas de los
mares,
por los mares inmensos de las hierbas...
[19]
La sexualidad y la arqueología son lo mismo,
o, mejor dicho, surgen de lo mismo, de la noción de que en la
materia está ello (el secreto de la vida eterna). El Universo
es, pues, un magma inseparable, compacto, cuyas partes, como sabiamente
nos plasmó Baudelaire, se “cofunden en una tenebrosa y profunda
unidad”, en la que “los perfumes, los colores y los
sonidos se responden”
[20]
, estableciendo un infinito campo de
correspondencias. El mismo Cirlot afirma:
¿Correspondencias? El arte de los
monjes irlandeses, en la época anterior al período carolingio
y durante éste, arte basado en intrincadas lacerías, en entrelazamientos
que constituyen laberintos indefinidos, absolutos, es la mejor
prueba de que “en este mundo” ‑y acaso sea ésta
su definitiva justificación‑ todo se corresponde, enlaza
y comunica.
[21]
Lo cual se plasma perfectamente en su poesía,
no sólo por medio de permutaciones, como hemos visto, sino también
recurriendo al simbolismo fonético o a la ligazón de argumentos
análogos en el tiempo (partiendo de la idea de que entre ellos
hay un mismo origen o Arquetipo).
Pero Cirlot va aún más lejos, aboliendo
las fronteras que existen entre materia y espíritu.
Esa misma abolición la han llevado a cabo tanto
la física subatómica como la psicología de Jung. Así, la primera
piensa que “el mundo está compuesto de materia mental”
[22]
. Jung acuñó el término psicoide
para definir algo que estaría a medio camino entre lo psíquico
y la materia, y que sería el origen de ambos, de modo que lo uno
podría influir sobre lo otro y viceversa, dando lugar, entre otros
fenómenos, a las llamadas sincronías. Existe sincronía
cuando un sentido o significado hila varios hechos semejantes
de una manera acausal. Cirlot se refiere a ellas tomando prestado
de Nerval el término “azar objetivo”
[23]
. De este modo, todo descansa en una
realidad escondida y misteriosa, origen de todos los fenómenos,
a la que David Bohm denominó “el orden plegado”. Cirlot
hace numerosas veces referencia en su obra a este orden:
Surgen, arden, destruyen, se propagan
los órdenes profundos, los ocultos.
[24]
Es ese orden inaccesible el que le interesa
al poeta:
Mi reino es lo enterrado donde
siempre,
o lo ingrávido, estéril, no finito.
[25]
También para Cirlot, como para
los físicos, en el seno de lo cuántico existe un nada creadora:
Como las blancas piedras, lo que
yace
emerge con las manos de la nada
en los paisajes de ceniza eterna.
[26]
Por ello, Cirlot no duda en afirmar con Novalis
que “estamos más íntimamente unidos con lo invisible que
con lo visible”, comentando a propósito de ello:
Si uno de sus dominios [del hombre]
es la superficie del planeta, el otro consiste en las profundidades
de su vida.
[27]
En esas profundidades yace el misterio, a cuyo
desvelamiento dedica su labor como poeta. En consecuencia, no
dudará en afirmar que “cabe simpatizar más con quienes, como
Poe y Nerval, se lanzaron al océano de la bruma de lo imaginario,
‘de lo perdido para siempre’.”
[28]
Es a este tipo de autores a los que
él busca, los que le interesan, autores que ven la realidad “como
un dominio mucho más amplio que lo habitualmente admitido
por literatos y psicólogos
[29]
". Por supuesto, cuando habla de
literatos y psicólogos se está refiriendo a aquellos
de su época ‑el artículo apareció en 1966‑ cuya estética
permanecía anclada bien en el realismo social, bien en
la experimentación baldía o en la psicología de Freud. Entre los
autores que veían la realidad de un modo más amplio, estaban
para él, además de los citados Poe y Nerval, Blake, Shakespeare,
Lovecraft, George Trakl, Alexander Blok, Breton y Joyce en literatura;
Strawinsky y Schoenberg en música; Gaudí, Miró, Tapies, Cuixart
y Picasso en pintura.
En suma, Cirlot busca adentrarse
en el seno de un mundo borroso, habitado por elementos ignotos,
como reconocen los físicos cuánticos, los cuales recalcan que
su modelo es simbólico de una realidad que jamás podrá ser conocida
directamente. No otra cosa representan los símbolos para Cirlot,
que afirma que “los artistas simbolistas del siglo XIX ‘sabían’
hablar de lo que aún no tiene nombre”.
[30]
El símbolo es el instrumento, pues,
con el que se aprehende lo oscuro, lo inconsciente. De ahí la
enorme importancia que cobra para él y que se pone de manifiesto
en su atención, por una parte, a los sueños, y, por otra, a la
historia de la simbología, que cristaliza en su magistral Diccionario
de símbolos.
El sueño constituye para Cirlot
una fuente continua de símbolos en la que bebe antes que en los
libros o en la historia. De ahí que distinga entre símbolos “culturales
y naturales, según que pertenezcan ya al acervo humanístico, hayan
sido estudiados, clasificados por los simbólogos, o se produzcan
espontáneamente, sea en sueños, poemas o en meras imaginaciones”.
[31]
En todas esas facetas, culturales
o naturales, entra Cirlot, tanto analizando sus propios sueños
como entregándose a sus fantasías en sus escritos poéticos o estudiando
la larga tradición anterior.
Entre los símbolos más relevantes
para él, habría que citar el de la cruz, por lo que tiene
de coiunctio oppositorum, es decir, por lo que conlleva
de síntesis entre lo terrenal y lo divino, entre lo masculino
y lo femenino, entre el hombre y el monstruo, lo cual constituye
uno de los jalones necesarios en toda individuación (ampliaremos
este punto un poco más adelante).
En sus labios yo entono este Misterio,
yo niego, yo sollozo, yo bendigo,
y muero cada instante mientras
ardo,
vencido por un hierro irresistible...
[32]
Desde ese dominio, el espejismo del tiempo que
padecemos podría, incluso, ser invertido. Si la teoría de la relatividad
de Einstein no permitía esta posibilidad,
los nuevos descubrimientos subatómicos ‑y, fundamentalmente,
las teorías generadas a partir del ya citado experimento de Aspect,
abren completamente la hipótesis de viajar por el pasado o por el
futuro. Para Cirlot, un modo de llevar esto a cabo es por medio
de la mujer, entendida en un sentido muy distinto del tradicional.
Al igual que toda parte negativa tiene su correlato positivo (o
al revés), en el interior de cada hombre habita una parte femenina
(a la que Jung denominó anima) y en el interior de cada mujer
una parte masculina (denominada por Jung animus). Desde el
punto de vista masculino de Cirlot, la mujer pondría en contacto
su yo racional con el inconsciente atemporal, donde reina el tiempo
absoluto. No puede expresarlo mejor en Bronwyn I (1967):
Mensajera del más allá, tú vienes
con forma de mujer, pero el abismo
se cierne junto a ti tan dulcemente.
Yendo
aún más lejos, la mujer significa para él, al modo del budismo tántrico,
un camino hacia la divinidad:
En tu torso que el sol desencadena
adoro la ascensión hacia lo divino.
[33]
Individuación.
La mujer es, en resumidas cuentas, un medio para la individuación, lo cual constituye tanto el motivo central de la estética cuántica como el de la psicología junguiana. Por individuación se entiende la búsqueda de las características propias, únicas e intransferibles de una persona, así como la conjunción de los opuestos psíquicos y de los muchos yoes que habitan en su interior. Que Cirlot sabía esto cabalmente, lo demuestra su artículo ya citado “El pensamiento de Gérad de Nerval” [34] :
La mujer es, en resumidas cuentas, un medio para la individuación, lo cual constituye tanto el motivo central de la estética cuántica como el de la psicología junguiana. Por individuación se entiende la búsqueda de las características propias, únicas e intransferibles de una persona, así como la conjunción de los opuestos psíquicos y de los muchos yoes que habitan en su interior. Que Cirlot sabía esto cabalmente, lo demuestra su artículo ya citado “El pensamiento de Gérad de Nerval” [34] :
El hombre es (...) múltiple y la
psicología junguiana con su “yo”, anima, personalidad mana, sombra (o sombras)
y, en lo más exterior, la “personalidad‑máscara”
explica bastante el problema.
Sintetiza Cirlot de este modo algunos de los
muchos yoes de que estamos constituidos, y que físicos como Pauli
no dudaron en comparar con las diversas partes o capas de un átomo
[35]
.
La vida de todo hombre es un madurar
hacia la individuación. Para ello es necesario pasar por diversas
etapas hasta llegar al núcleo, al centro, hasta el punto donde
confluyen las líneas perpendiculares que forman la cruz, símbolo
como hemos visto tan caro a Cirlot:
Me arranco de lo negro hacia lo
blanco,
me arranco de lo blanco hacia lo
rojo,
de lo rojo me arranco; quiero el
oro...
[36]
Los paralelismos con las diversas etapas alquímicas
están claros. Si consultamos su sobresaliente Diccionario de
símbolos, el mismo Cirlot nos dice:
Las fases esenciales [de la alquimia]
se señalaban por cuatro colores, tomados por la “materia
prima” (símbolo del alma en su estado original): negro (culpa,
origen, fuerzas latentes); blanco (magisterio menor, primera transformación,
mercurio); rojo (azufre, pasión); a las que sucedía la aparición
del oro.
[37]
Como Jung supo ver, todo el proceso
alquímico no es sino una simbología de la individuación. Es decir,
el alquimista proyectaba en la materia su proceso de avance hacia
sí mismo. Los cambios exteriores constituían un trasunto de su
gradual cambio interior. Por ello, conforme una persona avanza
en el tiempo, se da la paradoja de que se produce una degradación
y una perfección simultáneas, la primera en el cuerpo, la segunda
psíquicamente. En consecuencia, Cirlot contrapone en su obra ruina
a perfección, o dicho
de otro modo, sentido frente a entropía:
Alabad al Señor como los astros.
Alabad al Señor como los signos.
Entre el llanto y la luz ha sido
dicho,
a pesar del silencio del espacio,
a pesar del desorden de lo herido,
a pesar del temblor del infortunio.
[38]
Esta doble concepción de perfección
y ruina informa toda la obra de Cirlot. En la Introducción que
Clara Janés hace de su Obra poética
[39]
, sintetiza estos dos polos como el ser‑dejando‑de‑ser
y el renacer eternamente. Y añade: “Toda la obra de
Cirlot gira en torno a un mismo tema, un tema bifronte con diversos
aspectos o ramificaciones, pasos que el poeta deber realizar para
alcanzar aquel punto único en que llegará a ‘ser’.”
Ese “llegar a ser” no
es ni más ni menos que la propia individuación, la cual se realiza
a través de los obstáculos y trampas, y, como en la alquimia,
siguiendo diversos grados.
El
sí‑mismo.
¿Pero qué es lo que mueve hacia la individuación? Hay algo en nosotros que nos supera, que nos desborda, que parece tener todas las claves de nuestro futuro. A ese algo, Jung le llamó Self y suele traducirse por sí‑mismo para distinguirlo del yo o pesona o máscara que utilizamos en nuestra vida cotidiana. Cirlot es consciente de ese sí‑mismo que lo habita y que es “otra cosa”:
¿Pero qué es lo que mueve hacia la individuación? Hay algo en nosotros que nos supera, que nos desborda, que parece tener todas las claves de nuestro futuro. A ese algo, Jung le llamó Self y suele traducirse por sí‑mismo para distinguirlo del yo o pesona o máscara que utilizamos en nuestra vida cotidiana. Cirlot es consciente de ese sí‑mismo que lo habita y que es “otra cosa”:
No me identifico con mi ser
[40]
; mucho menos con la inteligencia de
que dispongo. Yo soy mucho más que yo. Mejor dicho, soy “otra
cosa”.
[41]
Desde un punto de vista subatómico,
el sí‑mismo responde a la extraña disposición de la naturaleza
de organizarse frente a la entropía en estructuras cada vez más
complejas, como si una inconmensurable inteligencia dirigiera
el proceso. Lo de inconmensurable no es un adjetivo de
adorno. Cuando se muestra en nuestros sueños, el sí‑mismo
aparece siempre como algo portentoso, sobrenatural. A veces, incluso
adopta la forma del Dios tradicional.
Esa oscura inteligencia o sí‑mismo
dirige los pasos de nuestro destino, llevándonos, no por los derroteros
que deseamos, sino por aquellos que nos son necesarios para nuestra
completitud, es decir, para nuestra individuación. Es lo que constata
Cirlot al considerar que el camino hacia el ser está lleno
de obstáculos. Pero él se somete de buen grado a ellos y a quien
los pone en su camino:
Yahvé (...),
descarga en mis andamios el peso
de tus llamas.
Dóblegame con hoces, con sueños,
con temor
arranca mis entrañas y espárcelas
al viento
mientras mi sufrimiento parece
una paloma
con los dedos cortados bajo sus
aguas mansas.
[42]
Como hemos señalado anteriormente,
el sí‑mismo aparece aquí con la figura de Yahvé. Él pone
los obstáculos para que el poeta pueda llegar a su verdadera esencia.
Para Cirlot, la muerte no es sino
una abertura hacia ese sí‑mismo:
La muerte es una muerta. Vemos
exteriormente como forma lo que, en el interior, es luz. La muerte
es aquella luz que dice no eternamente siendo sí. En ella se refugia la belleza de
la tierra y la belleza del cielo. La amada es esa muerta que
siempre intentará resucitar.
[43]
Al final, el sí‑mismo es
sinónimo de belleza. Tanto la vida como la muerte conducen a esa
belleza. El círculo se cierra donde antes habíamos iniciado el
camino: La belleza es la prueba del acierto de las teorías sustentadas
y del camino recorrido. La belleza es el regalo al final de tanto
obstáculo y tantas etapas. De ahí que el arte y la literatura
sean necesarios, en último extremo, para expresar la ascesis y
su correspondiente plenitud. Es la misma belleza que persigue
la estética cuántica en su recorrido por los más complejos y profundos
laberintos del acaecer. Una belleza que proviene de la búsqueda,
de las equivocaciones, del sufrimiento, de la madurez y de la
sabiduría. Al final, debemos concluir con Cirlot que sólo lo imaginario
‑el arte y la literatura‑ pueden dar cabalmente cuenta
de las realidades más profundas. En resumidas cuentas, y siguiendo
a Cirlot, la estética cuántica es mucho más real que la física
cuántica. O, como mínimo, si no estamos de acuerdo con Cirlot,
debemos convenir que es la consecuencia irrecusable de la revolución
silenciosa que están llevando a cabo los estudios subatómicos.
El mejor arte de todos los tiempos ha sido cuántico, pero
ahora la ciencia le presta la realidad que las almas timoratas
no han querido ver. Cirlot luchó en su tiempo contra la simplificación.
La estética cuántica, que recorre el camino abierto por él,
sigue haciéndolo actualmente.
Por ejemplo, Nº 9, abril/septiembre, 1998
[1]
Remito
para ello a mi libro El cadáver de Balzac, De Cervantes
Ediciones, Murcia, 1998.
[2]
"Crítica
del Surrealismo” en Confidencias literarias, Huerga
& Fierro Editores, Madrid, 1996.
[3]
Ibídem.
[7]
Véanse
“Las imágenes reprimidas” en 88sueños, Moreno‑Avila
Editores, Madrid, 1988.
[8]
En 88
sueños, Op. cit.
[9]
Véase
el artículo citado arriba “Crítica del Surrealismo”.
[10]
Cirlot
inserta esta cita de Baudelaire en su artículo “La ‘Séraphita’
de Balzac” en Confidencias..., Op. cit.
[11]
"Los
sentimientos imaginarios” en Confidencias..., Op.
cit.
[12]
"El
pensamiento de Gerad de Nerval” en Confidencias...,
Op. cit.
[13]
"Contra
Mallarmé” en Confidencias..., Op. cit. El subrayado
es mío.
[14]
Stevens
Weinberg, El sueño de una teoría final, Crítica, Barcelona,
1994.
[16]
"Unidad
de la poesía a través del tiempo” en Confidencias...,
Op. cit.
[17]
Jung
se relacionó con los físicos cuánticos Erwin Schröedinger, Max
Knoll, Pascual Jordan y,
sobre todo, con Wolgfgang Pauli (Premio Nobel de Física en 1945),
con el que, además de mantener una correspondencia de casi treinta
años (donde ambos se dedicaron a detallar los paralelismos entre
la nueva psicología y la nueva física), escribió conjuntamente
La sincronicidad como principio de relaciones acausales.
[18]
Junto
a la ciencia del simbolismo que había aprendido con Marius Schneider.
[20]
"Correspondances”
en Les fleur du mal.
[21]
"El
retorno de Ofelia” en Confidencias..., Op. cit.
[22]
Eddington,
“Materia mental” en Cuestiones cuánticas, VVAA,
Ken Wilber Ed., Kairós, Barcelona, 1987.
[23]
Véase
“El pensamiento de Gérad de Nerval” en Confidencias...,
Op. cit.
[26]
Ibídem.
[28]
"Los
elementos imaginarios” en 88 sueños, Op. cit.
[29]
"El
pensamiento de Gérad de Nerval” en Confidencias...,
Op. cit.
[30]
"La
mirada humana” en Ibídem.
[31]
"Lo
comunicable en poesía” en Confidencias..., Op. cit.
El subrayado es mío.
[32]
"Canto
de la vida muerta” en Confidencias..., Op. cit.
[34]
En Confidencias,
Op. cit.
[35]
Véase
Carl A. Meier, W. Pauli y C. G. Jung. Un intercambio epistolar.
1932-1958, Alianza Editorial, Madrid, 1996, pág. 136.
[37]
"Alquimia”
en Diccionario de símbolos, Labor, Barcelona, 1985 (6ª
ed.). Las negritas son mías.
[38]
"Ha
sido dicho” en Cordero del abismo, 1946. El subrayado
es mío.
[39]
Cátedra,
Madrid, 1981.
[40]
Aquí
hay que entenderlo en el sentido de persona.
uf!
ResponderEliminarDesgraciadamente, é o único que podo dicir.
Iso si, un "Uf!" totalmente cuántico.
ResponderEliminarOla Cronopia.
ResponderEliminarO primeiro, parabéns polo post Cirlot. Acabo de leer o VI, precisaba leelo con calma porque sabía que ía atopar moita información que xa intuía e que dalgún xeito fun utilizando ó longo da miña vida, sen coñecer a teoría.
Nalgunhas discrepancias con algún colega, eu usaba a expresión: Todo ten que ver con todo, ante a afirmación; Non ten nada que ver, por exemplo, facíao sen coñecemento cuántico, nin saber da teoría da inseparabilidade.
O caso é que tratarei de afondar máis nestas materias que propós e debatirémolas cando de lugar.
Hai un aforismo que se me ocurriu moi novo e vou a compartir:
"Miña cordura cada vez máis tola ou a miña tolura cada vez máis corda".
Bicos. JU