"Sinbad e Sari", Ilustración de Mónica para "Se o vello Sinbad volvese ás illas" |
Ilustración de Mónica para o relato de Cunqueiro "Tristán García" |
Mil Cunqueiros más
Soy un soñador. La mitad del ser humano es sueño. O más. El hombre se muere, lo matan, cuando deja de soñar". Quien habla es Álvaro Cunqueiro, en la tarde del 5 de enero de 1981. Es víspera de Reyes y cuenta que esa mañana ha escrito un artículo en el que recordaba cómo un lejano pariente campesino amasó para él, como regalo, unos panes en forma de pájaro, raposo y caballo, y luego le narró una historia en la que los animales hablaban. El raposo, por ejemplo, mostraba interés por tener un sombrero. La memoria sigue trayendo pan. La voz se le alegra cuando informa de que, a veces, le llega una hogaza desde Mondoñedo, el aroma llena la casa de Vigo, y que esa es su magdalena de Proust. El interlocutor le pide que explique el concepto de la memoria deformante y él responde con serenidad, sin quebrarse: "Tengo un sentimiento de contemporaneidad a todo. La sensación de que todo está vivo, en cierto modo presente, y que muchas de las cosas que están enterradas no están muertas".
Hay un momento en que en la entrevista irrumpe la voz de Eligio, el tabernero que forma parte ya en la mitología del vino de ribeiro y de la ciudad de Vigo. Y lo hace para una elegía improvisada: "Este hombre tiene un mundo metido en la cabeza. Si usted le pregunta algo, él responde con algo que refleja algo que usted tenía la necesidad de saber. En fin, ¡sigue así, Cunqueiriño!".
-Ya queda poco... ¿Qué traías?
-Hice una perdiz guisada para ti, pero no sé si puedes tomarla.
-Mira, tengo un papel del médico que dice: volátiles todas.
Álvaro Cunqueiro, de cuyo nacimiento se cumple un siglo, tenía razón. Quedaba poco. Falleció el 28 de febrero de 1981. Dejaba un legado de pan universal. Había escrito, entre otras muchas obras, Merlín e familia, publicada en 1954, y epifanía del realismo maravilloso. Fue premio de la Crítica española por otras dos obras originalmente publicadas en lengua gallega: As crónicas de Sochantre (1959) y Os outros feirantes (1979). Muy vinculado al grupo de la revista catalana Destino, recibió el Premio Godó de periodismo en 1966. Y en 1969 ganó el Premio Nadal con la obra Un hombre que se parecía a Orestes. Uno de los galardones de los que estaba más orgulloso fue el misterioso (tal vez inexistente) Premio Mark Twain. Durante unos días estuvo ilocalizable con la disculpa de tener que recogerlo en la Universidad de Chicago. No fue premio Nobel, pero le emocionó mucho recibir un paraguas de once varillas con que le homenajearon asociaciones culturales gallegas.
Cuando habla de "memoria deformante", a propósito de los lindes entre ficción y realidad, cuenta otra confidencia, un secreto guardado desde la niñez. En El año del cometa con la batalla de los cuatro reyes (1974), una pareja de enamorados, Paulus y María, huyen volando por el aire. "Yo estaba enamorado de una muchacha de Mondoñedo. El padre no me podía ver, no yo a él. Un día me rompió un aro que yo había hecho con el cerco de una barrica. Era un hombre avaro, malo, que además me rompió un aro, pero a mí me gustaba mucho su hija y pensaba salir por el aire con ella en brazos. Era un sueño repetido, que me quedó ahí".
En la conversación que mantiene con un joven profesor y músico, César Carlos Morán, le cuenta que su imaginación todavía está activa, en vilo caligráfico, y que trabaja en el libro de La taberna de Galiana, un lugar inexistente donde todo el mundo ha estado, y que tiene cuadernos enteros con notas para una obra deseada sobre el bíblico David, un deseo germinado en la infancia, cuando en Mondoñedo lo cubrían en la cama con una manta palentina que llevaba tejido ese nombre, David. Y con voz melancólica recita uno de sus poemas, aquel en el que Paltiel interpela a Jehová porque aparece en el Antiguo Testamento "llorando todo el camino hasta llegar Bajurín" detrás de Mical, la mujer por la que rivaliza con David.
No existió La taberna de Galiana, más que como fragmento, ni tampoco la historia inspirada en David. Ni otras obras anunciadas, en gallego o castellano, de "salida inminente", como A casa, As vacacións de Sisifo o Ceniza en la manga de un viejo. Pero parecen formar ya parte de una biblioteca sumergida, que podría tener como sede la taberna "submarina" de Galiana, de la que tanto escribió sin haberla escrito. Esos textos imaginados forman parte de su obra, enmarcada por Darío Villanueva en el realismo maravilloso: "Cunqueiro es maestro en presentar los mirabilia como naturalia". O a la manera de Pere Gimferrer: "Lo suyo no es realismo mágico sino magia de las palabras".
En Merlín y familia -incluida, como el resto de sus Obras literarias, en dos volúmenes editados por la Fundación José Antonio Castro- se cuenta que el viejo mago es poseedor de "un camino de quita y pon", un camino que trajo de Bretaña enrollado en un canuto de hierro. Cunqueiro tenía, para escribir, un camino así. En su imaginación germinaban textos que escribió en el aire, pero también escribió muchas creaciones que regaló a escritores inventados. Por ejemplo, poemas magistrales. "Hoy sería imposible, en un periódico, hacer lo que él hizo", apunta César Antonio Molina, antólogo y profundador, que diría Cunqueiro. "Publicar artículos que eran pura literatura e incluir poemas en páginas de una edición diaria". Desde 1964 hasta poco antes de morir, realizó traducciones al gallego de poetas de todo el orbe. La descripción de esta tarea en forma de auténtica aventura se cuenta en Álvaro Cunqueiro, traductor, de Xesús González Gómez, que lo define como "el traductor de mil poetas". El primero fue Bonjour tristesse
..., de Paul Éluard, lo que le sirvió para ironizar sobre la novela, con ese título, de Françoise Sagan. No pocos de esos poetas eran apócrifos, como revela Iago Castro, recopilador de Poesía 1933-1981. En su lápida, en el cementerio de Mondoñedo, figura la inscripción: "Eiquí xaz alguén que coa súa obra fixo que Galicia durase mil primaveras máis" (aquí yace alguien que con su obra hizo que Galicia durase mil primaveras más). También podemos hablar de "mil Cunqueiros", sea rumano, como Decio Arveanu, o presunto sueco, como Frank Sigmundson.
Con los libros que soñó escribir Cunqueiro se podría levantar esa biblioteca extraordinaria, que completaría la que es realidad con los libros que sí escribió. Y con los que ha inspirado. La hasta ahora inédita Entrevista de Reyes de 1981, su último adiós grabado, aparece en el libro musical Haberá primavera (editorial Galaxia), presentado por Morán en Vigo. Con el sello Small Stations Press, acaba de publicarse Folks from Here and There, la traducción al inglés de Xente de aquí e de acolá, realizada por Jonathan Dunne. Una de sus palabras gallegas más queridas era almeiro, que nombra el banco de peces. El año en que se celebra el centenario de su nacimiento (Mondoñedo, 22 de diciembre de 1911), se ha avivado el almeiro, con la reedición de toda su obra en gallego. Está a punto de editarse una compilación de su obra periodística. En Vigo termina ahora su recorrido por Galicia la gran exposición No niño novo do vento (en el nuevo nido del viento), que se quiere llevar a Madrid, Barcelona y Bruselas.
En castellano, se anuncia para la primavera la publicación de Vida de santos, con estudio de X. A. López Silva y prólogo de César Antonio Molina. Para la colección Los 5 Sentidos, Tusquets ha rescatado La cocina cristiana de Occidente. Una cima en el paladar irónico literario. Desde Rabelais, nunca se había escrito con tanto humor sobre gastronomía. Y he ahí una de las paradojas que tuvo que sufrir Cunqueiro. Si algo le enfurecía, era el ser tratado por algunos ilustres ignorantes como "gastrónomo" o como "humorista". En la imprescindible Cunqueiro: unha biografía (Edicións Xerais de Galicia), el autor, Armesto Faginas, compañero en el Faro de Vigo, describe la perplejidad y el enojo de Cunqueiro, después de ser entrevistado por un periodista foráneo que le preguntó sobre su condición de "humorista".
"Lo que sufrió y sufre a veces la obra de mi padre es lo que podríamos llamar el estándar reductor del lecho de Procusto", dice César Cunqueiro (Mondoñedo, 1941), escritor y notario. En la mitología griega, Procusto es un posadero de Atica que corta o estira a los huéspedes para que se ajusten al tamaño de las camas. "No es un costumbrista, la cultura es su sangre literaria, y tampoco puede encuadrarse en un sistema concreto, sino que pertenece a la literatura universal, posnacional. Si no se le presta más atención en el sistema literario español, tal vez se deba a su condición de excéntrico, en todos los sentidos".
César Cunqueiro, que escribe novela en gallego y poesía en castellano, trabaja en un estudio sobre las claves de la obra del autor de Las mocedades de Ulises en un paralelismo con el cubano Lezama Lima. "No, no se conocían. Pero para mí comparten muchas cosas. La relación con la realidad, también con el entorno político. La condición de viajeros inmóviles. Su cosmovisión, ambos transmigrados a un mundo no atrapado por las leyes del mercado. En la ciudad de El año del cometa conviven vivos y muertos. Desaparece el espacio-tiempo, como historia convencional. Cuando aparecen monedas, tienen sexo, son masculinas y femeninas, y copulan. Y, sobre todo, como escritores, comparten la creación del texto paradisíaco, donde lo importante es la lógica de las imágenes, donde los sueños adquieren un volumen, donde el paraguas es un hombre".
Ese universo llamado Cunqueiro no es suficientemente conocido. En eso también coincide César Antonio Molina, el escritor y exministro de Cultura, que considera que ha habido dos enfoques críticos muy errados sobre el autor mindoniense: "Uno, considerarlo costumbrista. Otro, adscribirlo al realismo mágico. Creo que es un escritor diferente, raro". También su vida tuvo una trayectoria muy singular. En la juventud compartió galleguismo republicano y vanguardias, crea en Mondoñedo la Oficina Lírica del Este, y publica poemarios muy influidos por el surrealismo y el cubismo como Poemas do si e non. Después del golpe fascista de 1936, con la guerra, pasa un periodo de incertidumbre, como profesor en Ortigueira, hasta que se integra en el periodismo falangista, en el que acaba convirtiéndose en una estrella. El 1 de abril de 1939 publica en la tercera de Abc su artículo En la hora final. Pero acaba cayendo en desgracia, por asuntos de picaresca que a otros no afectan, pero a él si, tal vez por su condición de converso. Le retiran el carné de periodista. Se refugia en Mondoñedo. Renace como escritor cuando retoma el contacto con un antiguo amigo, el resistente antifranquista Francisco Fernández del Riego.
"Todos sus personajes están huyendo, en fuga, como Fanto Fantini, o no llegan, se les espera, pero no llegan. O han desaparecido", sostiene César Antonio Molina. Y concluye: "Él es uno de ellos, uno de sus personajes".
"Me identifico con los personajes", dijo aquella tarde de la víspera del día de Reyes de 1981, "están al mismo nivel que yo y pido para ellos lo que para mí, una cierta comprensión, generosidad... Creo en la existencia real de todos los personajes literarios. Madame Bovary, los hermanos Karamazov... todos existen. ¿Orestes? Sí, existe también Orestes, para quien no tiene sentido la venganza".
"Yo no pienso en nada, son el poema o el relato quienes vienen". En cuanto a técnica narrativa, Álvaro Cunqueiro decía aplicar lo que su amigo y admirador Colin Smith (catedrático de Cambridge y director del diccionario Collins) denominaba "el procedimiento Cuentos de Canterbury". Y siempre destacó la influencia de Las mil y una noches. En sus manos caería muy pronto una edición inglesa que anotó desde joven. Una y otra vez se establecieron paralelismos con Borges, y con los protagonistas del boom latinoamericano, pero él eludía esa comparación con elegancia. Tenía su propio mapa, con fuentes casi secretas. Por ejemplo, los Cuentos de un soñador, de lord Dunsany: "Yo lo leí antes que nadie en este país". O su capacidad para captar y reinventar las voces populares, los relatos que portaba la gente, como regalos, como panes fermentados en el magín, cuando acudían a la botica del padre, a la barbería del ilustrado Pallarego, su primer mecenas, o a las ferias de As San Lucas. Los cuentos que oía de la madre o en las visitas a las aldeas de la tierra de Miranda. En los paseos con el padre farmacéutico, aprendió los nombres de hierbas y plantas, pájaros y árboles. Y es sabido que la naturaleza, cuando se la nombra, corresponde. Habla. Ocurre con frecuencia en su obra. Que se oiga la conversación entre lo visible y lo invisible. Eso que Urbano Lugrís, el gran pintor del realismo maravilloso, llamaría la "profundidad habitada". ¿Cómo percibirlo? Cunqueiro explicaba el método de una forma sencilla e inapelable: "Yo siempre estuve a la escucha". A veces, añadía: "Siempre esperaba algún milagro". El romántico Jean Paul, autor de Hesperus, anotó: "¡Qué gran espectáculo es el nacimiento de un ángel en el hombre!". Por cierto, Cunqueiro escribió, ¿o iba a escribir?, un tratado sobre los ángeles.
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